Había llegado a mis oídos que la dama Sulpicia necesitaba de mi presencia lo antes posible para conversar de ciertas cosas. No estaba muy seguro del protocolo a seguir, y tal vez fuera algo de suma urgencia, por lo que fui a buscarla donde sabía que se encontraba aquellas horas; en su habitación.
Como no había hecho nada fuera de lo común no temía sus palabras, pero tampoco habíamos charlado antes a solas por lo que no podía evitar estar un poco preocupado. Me vestí con uno de los mejores trajes que tenía y me fui a buscar las habitaciones de la realeza, silbando una melodía para apaciguar la especie de nervios que sentía.
No tardé mucho en encontrar el lugar exacto, y antes de golpear, me arreglé la corbata, me erguí, pasé una mano por el pelo sin saber si lo estaba peinando o desordenando más, y finalmente llamé a la puerta.